¿Para qué ha hecho la Iglesia un Sínodo (en dos etapas)? Para
volver a decirse a sí misma y al mundo, con palabras viejas y nuevas, en
diálogo con las esperanzas y los desvaríos de este tiempo en el que vive, que
la familia es un verdadero don que Dios ha colocado en el centro de su designio
de amor. Para adentrarse aún más en su misterio, para explicar que en ella
fidelidad y libertad se reclaman mutuamente, para mostrar la fuente de la que
se alimenta y en la que puede regenerarse de cualquier caída, y para acercarse
a quienes están heridos e invitarles a caminar, con sus cicatrices, en medio de
este pueblo de Dios que es familia de familias. También para mirar al
testimonio (casi inimaginable) de miles de familias en las que, por gracia, se
ve realizada esa salvación que la Iglesia porta como don para el mundo, y para
poner a las familias en el corazón misionero de esta hora. De esto han hablado
poco los periódicos, pero sería muy triste que de esto hablásemos, poco o nada,
los fieles de los cinco continentes, que hemos visto a nuestros pastores
marchar al centro de gravedad de la Iglesia, a Roma, para gastar tres semanas
en un ejercicio fundamental de comunión y responsabilidad.
San Juan Pablo II, uno de los protagonistas en la sombra de este
Sínodo, nos dejó una de las indicaciones misioneras más preciosas en su primera
encíclica, Redemptor Hominis: "el hombre es el camino de la Iglesia".
Eso significa recorrer las sendas oscuras de los hombres y mujeres de cada
época, salir al encuentro de sus esperanzas y rebeldías, atreverse a medir el
tesoro de la fe con sus preguntas (aun cuando tantas veces puedan resultar
desafiantes y hasta violentas). También en todo lo que se refiere a la familia
es necesario recorrer este camino, y como dijo Francisco a los obispos de
Estados Unidos (y tantas veces nos enseñó Benedicto XVI) no se trata de
llenarles de improperios por su alejamiento, sino de dialogar con ellos como el
Señor con la samaritana. Precisamente en su discurso final a la asamblea
sinodal, Francisco quiso citar a Pablo VI, Juan Pablo II y Benedicto XVI
consecutivamente, para mostrar la continuidad de este camino. Todo lo contrario
a rupturas o saltos revolucionarios. En concreto el Papa Ratzinger decía que
cuando la Iglesia debe recordar una verdad olvidada o un bien traicionado, lo
hace siempre impulsada por la misericordia, para que los hombres tengan vida y
la tengan abundante.
Al final de los trabajos de tres semanas se ha notado en el Aula
una satisfacción que nada tiene que ver con ciertos relatos de batalla. No es
que haya faltado la controversia, incluso áspera y hasta desabrida. Pero mejor
no rasgarnos las vestiduras y recordar otros debates en la gran historia de la
Iglesia desde los primeros siglos, alguno de ellos comparados también por
Benedicto XVI con una inmensa batalla naval. Muchos protagonistas de algunos de
los debates más encendidos han reconocido el bien que ha supuesto la mutua
escucha, la paciencia para no descalificar al otro, para no construir
caricaturas grotescas.
En lugar de equilibrismo entre posturas se ha buscado profundizar
en el río vivo de la Tradición para encontrar pistas y soluciones. Por ejemplo
en lo que se refiere al cuidado y acompañamiento pastoral de los divorciados
que se han vuelto a casar civilmente, y desean con sinceridad vivir, aun
heridos, su condición de hijos de la Iglesia. La Relación final ha conseguido
lo que podía parecer imposible: aprobar tres puntos referidos a esta cuestión,
con el apoyo de al menos dos tercios de los padres sinodales. Todos coinciden en
que la "solución" procede de una propuesta del círculo germánico en
el que han trabajado juntos cardenales como Marx, Müller, Schönborn y el propio
Kasper. La propuesta parte de un párrafo de la Exhortación Familiaris Consortio
de San Juan Pablo II, que apunta la vía del discernimiento para evaluar cada
caso, reconociendo que existe una gran variedad de situaciones humanas y
existenciales, valorando el ámbito del llamado "fuero interno"
siempre en confrontación con la autoridad del obispo, y distinguiendo la
"situación objetiva" de la "imputabilidad subjetiva”. Quede
claro que no se trata de una solución mecánica, tanto que las palabras comunión
eucarística han sido cuidadosamente excluidas del texto. Eso sí, lo delicado de
esta cuestión se ilustra por el hecho de que el punto 85 de la Relación final
haya conseguido solo un voto más que los preceptivos dos tercios, cuando la
inmensa mayoría del texto ha logrado votaciones próximas a la unanimidad.
En todo caso, la Relación final no es norma legislativa ni doctrinal
para la Iglesia. Expresa la conciencia común alcanzada por amplia mayoría en el
Sínodo, ni más ni menos. El texto ha sido puesto en manos del Papa, para que él
decida cómo proceder ahora. Lo lógico es esperar uno o varios documentos en los
que Francisco marque la ruta.
Pero
volvamos al principio en este primer análisis de urgencia. El amor por la
familia humana, en las buenas y en las malas, es un punto de honor y de
responsabilidad para la Iglesia, hoy y siempre. Palabra de Francisco. Más de
uno ha advertido que el Sínodo no ha resuelto todos los problemas... no fue
convocado para eso. Si el hombre es el camino de la Iglesia, ese camino siempre
está abierto. Quizá la primera gratitud por la fidelidad del Señor con su
esposa, la Iglesia, sería contemplar este regalo increíble que es el matrimonio
y la familia: acogerlo y aprender de él primero (todos nosotros), antes incluso
de enseñarlo y disciplinarlo.Fuente: paginasdigital
Gran artículo de José Luis Restán para entender mejor el Sínodo sobre la familia en el que testimonia, una vez más, su amor por la Iglesia. Gracias por el blog.
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